domingo, 17 de noviembre de 2013

A la hora de siempre, en el sitio de siempre.

¡Joder! Y qué bonito era cuando venías diez minutos antes de la hora acordada porque: 'no podías aguantar más'. Los nervios de las primeras veces o los pequeños detalles que me cambiaron tanto. Me cambiaron digo, porque a ti te estropearon. Me arrepiento, sí, de pegarte toda aquella mierda en la que estaba metida. Con lo que podrías llegar a ser. Con lo que nos podríamos haber dado.

¿Y ahora? La pregunta de siempre, a las horas de siempre. Ahora solo salen las palabras para hundirnos un poco más. Y digo más, porque suficiente ahogados estábamos ya. Que te quiera no significa que no hayas cambiado, y no,  no me preguntes el por qué, porque si lo supiera hace ya tiempo que había desaparecido de tu vida, desaparecido de la única forma que puedo: ninguna. 

Supongo que tampoco puedo pedir que te replantees todo esto, ya no te puedo pedir nada. Fallos cometemos todos, y yo más que nadie, pero no a todos se nos da bien reprocharle, si a quien se lo dices es tu debilidad. En todos los sentidos. Por mucho que me odies, no me quieras, no te guste, sea poco o diferente. Diferente. Como todo. Como siempre. ¡Qué contradicción! Ya no tengo que gastar tiempo en valorar el que tú perdías por entenderme a mi. Porque ya no lo haces. Me limito a esperar a que el día menos pensado te atrevas a verme, a quedar, a querer entenderme durante 5 minutos, aunque aquellos nervios lleven desaparecidos tanto tiempo como tú. ¡Cómo cambia el cuento cuando deja de existir el lobo para dar paso a las lobas! Y es que yo siempre he sido más de ronroneos y caricias en las espalda.

Y tú conmigo, no te engañes.








No hay comentarios:

Publicar un comentario